En un antiguo pueblo, vivía un hombre ciego llamado Jesús, conocido por su capacidad de percibir el verdadero espíritu de las personas.
Un día, un forastero llegó al pueblo prometiendo inmortalidad a quienes compraran su elixir.
La gente, temerosa de la muerte, comenzó a creer en sus promesas.
Pero Jesús, al acercarse al forastero, sintió el vacío en su espíritu y percibió la falsedad de sus palabras.
Con voz firme, se dirigió a la plaza: "Pueblo mío, no se dejen engañar por promesas de inmortalidad. La verdadera esencia de la vida no se encuentra en vivir eternamente, sino en vivir con verdad y sinceridad."
Los aldeanos, dominados por el miedo, no escucharon las palabras de Jesús.
Su temor los cegaba más que cualquier ceguera física.
Llenos de pánico, expulsaron a Jesús del pueblo, pensando que era un obstáculo para sus ansias de inmortalidad.
Pero cuando el elixir resultó ser una farsa y el forastero huyó, los aldeanos se dieron cuenta de su error.
Avergonzados, buscaron a Jesús y le pidieron disculpas.
Jesús, con su sabiduría tranquila, aceptó sus disculpas y les dijo:
Un día, un forastero llegó al pueblo prometiendo inmortalidad a quienes compraran su elixir.
La gente, temerosa de la muerte, comenzó a creer en sus promesas.
Pero Jesús, al acercarse al forastero, sintió el vacío en su espíritu y percibió la falsedad de sus palabras.
Con voz firme, se dirigió a la plaza: "Pueblo mío, no se dejen engañar por promesas de inmortalidad. La verdadera esencia de la vida no se encuentra en vivir eternamente, sino en vivir con verdad y sinceridad."
Los aldeanos, dominados por el miedo, no escucharon las palabras de Jesús.
Su temor los cegaba más que cualquier ceguera física.
Llenos de pánico, expulsaron a Jesús del pueblo, pensando que era un obstáculo para sus ansias de inmortalidad.
Pero cuando el elixir resultó ser una farsa y el forastero huyó, los aldeanos se dieron cuenta de su error.
Avergonzados, buscaron a Jesús y le pidieron disculpas.
Jesús, con su sabiduría tranquila, aceptó sus disculpas y les dijo:
"El miedo y la ignorancia son los verdaderos monstruos. Cuando aprendemos a ver
con el corazón, esos monstruos pierden su poder."
Determinaron que jamás permitirían que el miedo de la ignorancia volviera a entrar por la puerta de sus vidas.
Jesús les enseñó a reconocer la malintención y a protegerse unos a otros, asegurando así
un caminar real y justo para todos, para que la fuerza de la verdad anduviera junto a ellos por siempre.
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