En el vasto desierto de la vida, un camello se alza, cargado con riquezas y sueños dorados, sus pasos son firmes, pero su carga es pesada, y el camino a la eternidad se estrecha cada vez más.
Ante él, una pequeña aguja, un desafío sin par, un ojo diminuto, la puerta estrecha a la verdad. El camello, confundido, mira el paso imposible, deseando atravesar hacia un reino invisible.
No es el oro ni la plata lo que abre el camino, sino la humildad, la fe y el amor divino. Dejar atrás las cargas, los tesoros terrenales, es la clave para entrar en los jardines celestiales.
El ojo de la aguja, un reto para el corazón, una prueba de devoción, una elección. El camello encuentra su respuesta en la entrega, en soltar lo que aprisiona y lo que ciega.
Porque más fácil es que el gran camello pase por allí, que un alma aferrada a sus riquezas pueda al fin encontrar el reino, la paz eterna y pura, donde el amor de Dios brilla sin atadura.
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