domingo, 13 de octubre de 2024

((( Un Cohete Que Prometía Llegar a la Luna )))



 
Había una vez un niño llamado Max, un pequeño emperador de los caprichos, cuya frase favorita era:

"¡¡¡ QUIERO MI JUGUETE AHORA !!!"

No pasaba un día sin que sus gritos y pataletas resonaran en las calles, como si fueran el eco de una tormenta en pleno verano.

Un día, mientras paseaba con su madre por el mercado, vio en un puesto un nuevo juguete:
 
((( un cohete que prometía llegar a la luna )))
 
Como era de esperar, gritó: "¡¡¡QUIERO ESE JUGUETE Y LO QUIERO AHORA!!!"

Su madre, cansada de las pataletas, decidió darle una lección.

 
-Está bien. pero este cohete es especial... Necesitarás apretar el botón mágico y prepararte                      para un gran viaje.
 
Max, emocionado, no dudó ni un segundo.

Corrió hacia el cohete, apretó el botón y en un parpadeo,
¡se encontró en la luna! 
Asombrado, comenzó a explorar el paisaje lunar, gritando de felicidad:

"¡Lo conseguí, LO CONSEGUÍ!"

Pero pronto, Max se dio cuenta de algo extraño... cada vez que gritaba, escuchaba su propia voz devolvérselo, como un eco interminable.

"¡¡¡Quiero ese juguete y lo quiero ahora!!!", resonaba en todas direcciones.

 
Al principio, le parecía divertido, pero después de un rato, los ecos se volvieron                        ensordecedores y perturbadores.
 
Con cada resonancia, se daba más cuenta del impacto de sus caprichos y del peso de su insistencia.

Un día, mientras se cubría los oídos tratando de bloquear los ecos, se dio cuenta de que no solo estaba asustado por el ruido, sino por la verdad que revelaban sus propias palabras. 
 
¡¡¡Basta, BASTA!!! gritó Max, pero su voz le devolvía lo mismo, una y otra vez. 
 
Con cada grito, comprendía más y más cómo se sentían los demás cuando él insistía en sus caprichos.

Se vio a sí mismo reflejado en ese eco, comprendiendo lo molesto y angustiante que debía ser para los demás.

Desesperado, Max pidió:
 
¡¡¡¡¡POR FAVOR, QUIERO VOLVER A CASA!!!!!
 
En ese momento, el cohete apareció de nuevo.
Max subió rápidamente y, con otro apretón del botón mágico, regresó a su hogar. 
 
Al abrir los ojos, vio a su madre sonriéndole.
 
"Espero que hayas aprendido algo importante, Max" dijo ella.

Su madre sonrió y le dio un beso en la frente.

Ya no era el mismo niño caprichoso que una vez gritaba por juguetes.

Desde entonces, Max vivió un cambio radical. 
 
No sólo aprendió a pedir con amabilidad, sino que empezó a notar las maravillas de su entorno: 
 
"El canto de los pájaros por la mañana, las sonrisas de agradecimiento de sus padres cuando ofrecía su ayuda sin que se la pidieran..."
 
Ahora, Max valoraba cada momento y cada cosa en su vida, comprendiendo que la verdadera riqueza no estaba en los objetos, sino en las experiencias y en las personas que le rodeaban.
 
Su viaje a la luna no solo le enseñó paciencia y agradecimiento, sino también a apreciar la simplicidad y la belleza del día a día.

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