La competencia, la avaricia y el deseo de control han empujado a muchos a ver al prójimo como un rival, en lugar de un hermano. Este empujón constante ha fracturado nuestra esencia colectiva, creando una ruptura que perpetúa el conflicto y la desconfianza.
La verdadera tragedia radica en nuestra ceguera voluntaria. Al negarnos a ver el alcance de nuestras acciones y la profundidad del impacto en los demás, contribuimos a una espiral de división y resentimiento.
Solo al reconocer nuestro papel en esta dinámica y actuar desde un lugar de empatía y unión, podemos comenzar a sanar la ruptura y volver a la esencia de lo que realmente somos: herman@s
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